Buenas chavalada funplanera.
Hoy toca contaros nuestro desvirgue en cuanto a viajes furgonetiles se refiere. Antes de este viaje ya habíamos estrenado la casa rodante pero nunca más de dos noches seguidas. Realmente este invierno con tantas ciclogénesis explosivas ( tranquilos. Se trata de un fenómeno meteorológico, no de un nuevo método de terrorismo) invitó más a quedarse en casa frente a la chimenea que a salir de viaje campestre.
La experiencia nos sirvió para despejar las últimas dudas respecto al acierto, o no, de la compra de la T4 y esas dudas son ya pasado. De hecho ya están en marcha algunas mejoras como una segunda batería y un portabicis. Quizás esté un poco obsesionado con llevar las bicis con nosotros pero me parece un extra imprescindible.
Llegar a un sitio, aparcar la furgo y moverse con en bicicleta es, bajo mi muy particular punto de vista, calidad de vida
Si, además, te tomas alguna cañita y amas al prójimo como a ti mismo elegir las dos ruedas es una buena opción.
Comenzamos el periplo el 11 de abril rodeados de amigos en Vilalba, un pueblo de Lugo que poco se parece a su homónimo madrileño, asistiendo al FIV. Fue un buen acontecimiento para abrir boca antes de la temporada festivalera. Y mejor punto de partida para comenzar nuestro breve y modesto viaje.
Amanecimos ese domingo aún sin haber decidido aún dónde dormiríamos aquella noche y lo realmente interesante es que no nos importaba en absoluto. Tras muchos cabezazos contra la pared he descubierto que esa sensación de despreocupación es mi maná. No ansío riqueza económica, no quiero fama ni quiero poder.
Cada día valora más eso, los momentos de despreocupación
Durante toda mi vida me han aleccionado para que sea responsable y preocupado y la sociedad me ha recompensado por ello, por asumir así la vida pero lo cierto es que, mirando con perspectiva, creo que no debería haber tenido prisa por “madurar”. O, mejor dicho, por convertirme en eso que habitualmente identificamos como una persona madura.
Tras pedir consejo a conocidos y desconocidos decidimos conducir rumbo a los cañones del río Sil, también conocido como La Ribeira Sacra. Qué lugar, amigos funplaneros. ¡Qué lugar!
No sé si por casualidad o porque la densidad de andaluces trabajando allí es alta pero conocimos a dos de ellos en poco más de dos horas. Ambos nos dijeron que se enamoraron de la zona y decidieron quedarse allí a vivir. Una chica cordobesa nos guió por uno de los numerosos monasterios que se pueden visitar y un granadino nos aconsejó una ruta para hacer a pie pasando por los famosos viñedos en escalones, conocidos como socalcos. Dicha forma de cultivo aprovecha mejor la superficie y facilita el trabajo en tan escarpado terreno. Le hicimos caso y no pudimos haber hecho mejor.
Continuamos rumbo al sur y decidimos hacer la siguiente parada en el Lago de Sanabria en la provincia de León. Si vais por la zona os recomiendo que paréis en la playa fluvial “los arenales de Vigo”. Hay zonas allí en las que da la impresión de que los árboles brotan directamente del agua. Es curioso, en dos días estuvimos en Los balcones de Madrid en Ourense y en Los Arenales de Vigo en León.
Desconozco si habitualmente es así pero aquel día el sonido que emitían las ranas era digno de estudio. Me pregunto qué las llevará a cantar a todo volumen a todas a la vez. Posiblemente tengan razones de índole sexual. Esto no debería sorprendernos porque gran parte de nuestros ritos de cortejo tienen lugar también bajo un sonido de muchos decibelios (léase discotecas, pubs…) pero desconozco el móvil de semejante derroche de poderío sonoro.
La siguiente paradiña fue la menos campestre. Fue en Salamanca y poco os puedo contar que no sepáis de esta maravilla de ciudad. Me suelen atraer más los paisajes naturales que los moldeados por el humano pero Salamanca es la excepción. Además del regalo que la ciudad es para los ojos, allí se respira un ambiente diferente. La lozanía de sus numerosos estudiantes mezclada con lo antiguo de sus edificios y monumentos provoca en mí una sensación que nunca me cansaré de disfrutar.
Viví allí casi cuatro años de estudiante. Mi hígado agradeció cuando esa época dio fin pero el resto de mi cuerpo no puede evitar contar batallitas de abuelo Cebolleta cada vez que va, padecer morriña y añorar aquella época de la que conservo, además de estos recuerdos, numerosos y buenos amigos.
Salamanca fue el punto más lejano de la ruta. Desde allí comenzamos el viaje de vuelta pensando en encontrarnos con varios amigos que viajaban de Madrid a Coruña. Acordamos vernos en un sitio donde no tuvieran que desviarse demasiado de la A6 y el punto elegido fue Villafáfila en la provincia de Zamora. Más concretamente nos citamos en las lagunas homónimas, lugar que tan sólo conocíamos por ver el cartel en la propia autovía. A decir verdad no teníamos muchas expectativas del lugar por lo desconocido que era para nosotros pero, de nuevo, aprendimos que estamos rodeados de parajes espectaculares por conocer.
Allí abundan las aves y es muy recomendable pasar horas observando con prismáticos. Por desgracia no vimos ninguna avutarda que, por lo que nos comentaron algunos lugareños, es la joya de la corona de la zona. El avestruz europeo la llaman. Nos cansamos de ver aves de todo tipo que no me atrevo a identificar por miedo a meter el zueco hasta el fondo. Pasamos muy buenos momentos tratando de identificarlas mientras Xana entraba en colapso por tantos rastros que trató de seguir.
Por la noche tuvimos la suerte de caer en gracia a un villafafileño que, además de invitarnos a cerveza, nos introdujo un poco en las costumbres del lugar. La que más me llamó la atención fue la costumbre de cultivar marihuana. Según nos contó nuestro nuevo amigo son ya varias las generaciones que vienen haciéndolo. Al parecer, cada vez que se escucha el sonido del helicóptero de la Guardia Civil por la zona se monta gran revuelo y las corbatas se tornan esféricas y peludas.
La parada final fue en El Bierzo, concretamente en Vega de Espinareda. No paramos demasiado y no hay mucho que contar pero la zona merece y será estudiada más a fono. Sin duda.
Bueno raparigos. Sed felices.